jueves, 11 de agosto de 2011

MI GRAN SUEÑO, Laura Pérez. 1º premio 2º ciclo ESO



Cada vez que pasaba por allí, mis ojos brillaban de una manera extraña. Aquel era el sitio con el que tantas veces había soñado: La Escuela de Danza Jensen.
Bueno, supongo que mi mala suerte había sido nacer en una familia de ganaderos, mis padres no se podían permitir el lujo de matricularme en esa escuela y además, necesitaban mi ayuda para cuidar del ganado. A pesar de todo, mi gran pasión era la danza y no quería pasar el resto de mi vida cuidando animales. Todos los días le rogaba a mi padre que me dejara trabajar para poder pagarme la matrícula; le aseguraba que no descuidaría mis estudios y mucho menos mis tareas en el cuidado de animales, pero su respuesta siempre era un no rotundo.
Al cabo de un tiempo tomé una decisión: me pondría a trabajar sin que nadie se enterase. Pasaron dos meses de mucho trabajo y cuando conseguí recaudar el dinero necesario para el primer semestre de curso, surgió el primer problema. Si dejaba de trabajar para empezar las clases, no conseguiría recaudar el dinero suficiente para el segundo semestre; pero si empezaba las clases y seguía trabajando, mis padres empezarían a sospechar. No me quedaba otro remedio, tenía que decírselo a mis padres. Mi madre se lo tomó bastante bien pero mi padre se enfadó muchísimo. Me prohibió seguir trabajando, me quitó el dinero de la matrícula y me castigó dos semanas sin poder salir de casa, sólo para ir al colegio.
Llena de rabia, me encerré en mi cuarto y comencé a llorar. No me lo podía creer. Mi sueño hecho pedazos. ¿Por qué mi padre no podía entenderlo? La danza era mi pasión, mi gran sueño.
Estuve días y hasta semanas sin hablar y deambulaba por la casa como un fantasma. Mis padres se dieron cuenta e intentaron animarme, pero ya no les hacía caso y lo único que respondía era:
- QQuiero ir a la Escuela de Danza.
Un día, al volver del colegio, encontré a mi madre en mi habitación. Con un gesto, me indicó que me sentara. Me dijo que habían tenido mucha suerte. Habían vendido dos vacas a muy buen precio y, en principio, pensaban restaurar los establos. Pero se lo habían pensado mejor y decidieron matricularme en la Escuela Jensen. No me lo podía creer. Empecé a saltar, a gritar y a bailar. Abracé a mi madre con todas mis fuerzas y le di las gracias llorando, pero esta vez de alegría.
Con esto aprendí que no se puede renunciar a los sueños y por mucho que lo veas todo negro, no tienes que rendirte porque la lucha siempre tiene su recompensa.