Once de la noche. En el número trece de la calle Uruguay se abre la puerta.
-¡Adiós Susan!
-Adiós mamá, que lo paséis bien.
-Ya sabes Su, pórtate bien y…
-Si mamá, a las once y media en la cama.
-¿Te dije que iba a venir Fran?
-No fastidies, yo no quiero a ese aquí, pasa de todo y sólo sabe ver la tele.
-¡Hija! no hables así de tu primo.
-Pero si es la verdad…Bueno será mejor que os vayáis, que vais a llegar tarde ¡Adiós!
-¡Adiós!
Once y cuarto. Susan acurrucada en el sillón ve una película de miedo cuando, de repente, llaman a la puerta.
-¿Quién es?
-Soy yo, Fran.
-Ah vale, pasa.
Susan abre la puerta y una sombra pasa rápidamente delante de ella dirigiéndose al salón.
-¿Y quién es ese?
-Ah, es William. Lo siento- contestó al ver la cara que ponía Susan-tuve que traerlo.
-Ya, bueno, adelante.
Susan pasa de irse a la cama, tiene que controlar con mil ojos a William. El niño no para de cotillear por toda la casa. De repente, mientras el reloj de la iglesia da la campanada que anuncia que acaban de dar las once y media, en el salón surge una luz que, después de deslumbrar a los tres niños, les engulle.
Susan, William y Fran un poco apampanados ven el lugar al que han llegado. Se encuentran en lo alto de una montaña que medirá unos 15 Km.
- ¡Huy! ¡Otra vez! Esto es insoportable, cada década viene alguien.
Los niños, un poco asombrados, ven aparecer detrás de un árbol a un pequeño geniecillo con cara de malas pulgas.
-¿Tú eres el del truco de la luz?-dice William-vaya, tienes que enseñármelo.
-Oye, basta de cháchara, yo quiero irme a casa, que me estoy perdiendo el partido de fútbol.
-Ja, muchos han querido pero pocos lo han conseguido. Para conseguirlo tendréis que acertar cuatro adivinanzas.
-Bueno empieza que ya me estoy perdiendo el partido.
-Eh, eh, eh, no tan rápido. Cada adivinanza está ambientada en un sitio, y necesitareis medios de transporte, así que decidme un animal, el que queráis, pero que vuele.
William no se lo pensó dos veces.
-¡Un dragón!, ¡yo quiero un gran dragón rojo!
- Yo un caballo alado-dijo Susan.
-Pues yo un halcón gigante.
-Muy bien, ahí están.
A continuación, cada uno se montó en su transporte y, guiados por el genio se dirigieron hacia un bosque. Al entrar en él, se quedaron literalmente con la boca abierta, todo el bosque estaba lleno de flores bellísimas, de una belleza tal, que ningún ser humano podría describirlas.
-Ahí tenéis muchachos, la mayor belleza que la vista pueda tener. Y ahí va la adivinanza:
Una casa,
con dos ventanas,
que se abren y se cierran,
sin tocarlas.
Esta adivinanza fue Fran quien la acertó. Tras meditar un poco y ver los ojos de su prima abrir y cerrarse se dio cuenta y dijo:
-¡Los ojos! ¡Son los ojos!
-¡Muy bien! La siguiente adivinanza tiene que ser en pleno vuelo y ahí va:
¿Qué cosa cosita es
que te da en la cara
y no lo ves?
-Eh, esa es muy fácil, así no vale-protestó William-esa adivinanza me la decía mi padre cuando me tiraba con él en trineo y el viento nos azotaba la cara.
-Muy bien, es el viento. Venga, vamos a por la siguiente.
Los tres niños y el genio aterrizaron en un prado donde ya era de noche. Allí el genio les dijo la adivinanza.
Sé de una sábana
que no se puede encargar
tiene mil manchitas
que no se pueden contar.
Pasaron cinco minutos y por más que pensaban no encontraban la solución. Pero entonces Susan se acordó de los días que iba con sus padres de acampada y que, por la noche, se tumbaban en el campo a ver las estrellas.
-¡Ya lo sé-dijo entonces!-La gran sábana es el cielo y las manchitas son las estrellas.
-Muy bien Susan. Bueno, sólo os queda una adivinanza, pero vamos al portal de luz, así si la acertáis, podréis iros a casa.
Al llegar al portal de luz el genio les dijo:
-Y, ahí va la última adivinanza.
Tengo hojas sin ser árbol
te hablo y no tengo voz
si me abren no me quejo
adivina tú quien soy.
-¡El libro!-gritaron los tres niños a la vez.
-Bien, habéis acertado las cuatro adivinanzas, podéis volver a casa. ¡Adiós!
-¡Adiós!
Momentos después Susan se despierta por los gritos de su madre.
-Pero Su, ¿Aún no estás en la cama?
¿Habría sido todo un sueño? Pero Susan tenía una de aquellas maravillosas flores y Fran y William dos pequeños luceros…
-¡Adiós Susan!
-Adiós mamá, que lo paséis bien.
-Ya sabes Su, pórtate bien y…
-Si mamá, a las once y media en la cama.
-¿Te dije que iba a venir Fran?
-No fastidies, yo no quiero a ese aquí, pasa de todo y sólo sabe ver la tele.
-¡Hija! no hables así de tu primo.
-Pero si es la verdad…Bueno será mejor que os vayáis, que vais a llegar tarde ¡Adiós!
-¡Adiós!
Once y cuarto. Susan acurrucada en el sillón ve una película de miedo cuando, de repente, llaman a la puerta.
-¿Quién es?
-Soy yo, Fran.
-Ah vale, pasa.
Susan abre la puerta y una sombra pasa rápidamente delante de ella dirigiéndose al salón.
-¿Y quién es ese?
-Ah, es William. Lo siento- contestó al ver la cara que ponía Susan-tuve que traerlo.
-Ya, bueno, adelante.
Susan pasa de irse a la cama, tiene que controlar con mil ojos a William. El niño no para de cotillear por toda la casa. De repente, mientras el reloj de la iglesia da la campanada que anuncia que acaban de dar las once y media, en el salón surge una luz que, después de deslumbrar a los tres niños, les engulle.
Susan, William y Fran un poco apampanados ven el lugar al que han llegado. Se encuentran en lo alto de una montaña que medirá unos 15 Km.
- ¡Huy! ¡Otra vez! Esto es insoportable, cada década viene alguien.
Los niños, un poco asombrados, ven aparecer detrás de un árbol a un pequeño geniecillo con cara de malas pulgas.
-¿Tú eres el del truco de la luz?-dice William-vaya, tienes que enseñármelo.
-Oye, basta de cháchara, yo quiero irme a casa, que me estoy perdiendo el partido de fútbol.
-Ja, muchos han querido pero pocos lo han conseguido. Para conseguirlo tendréis que acertar cuatro adivinanzas.
-Bueno empieza que ya me estoy perdiendo el partido.
-Eh, eh, eh, no tan rápido. Cada adivinanza está ambientada en un sitio, y necesitareis medios de transporte, así que decidme un animal, el que queráis, pero que vuele.
William no se lo pensó dos veces.
-¡Un dragón!, ¡yo quiero un gran dragón rojo!
- Yo un caballo alado-dijo Susan.
-Pues yo un halcón gigante.
-Muy bien, ahí están.
A continuación, cada uno se montó en su transporte y, guiados por el genio se dirigieron hacia un bosque. Al entrar en él, se quedaron literalmente con la boca abierta, todo el bosque estaba lleno de flores bellísimas, de una belleza tal, que ningún ser humano podría describirlas.
-Ahí tenéis muchachos, la mayor belleza que la vista pueda tener. Y ahí va la adivinanza:
Una casa,
con dos ventanas,
que se abren y se cierran,
sin tocarlas.
Esta adivinanza fue Fran quien la acertó. Tras meditar un poco y ver los ojos de su prima abrir y cerrarse se dio cuenta y dijo:
-¡Los ojos! ¡Son los ojos!
-¡Muy bien! La siguiente adivinanza tiene que ser en pleno vuelo y ahí va:
¿Qué cosa cosita es
que te da en la cara
y no lo ves?
-Eh, esa es muy fácil, así no vale-protestó William-esa adivinanza me la decía mi padre cuando me tiraba con él en trineo y el viento nos azotaba la cara.
-Muy bien, es el viento. Venga, vamos a por la siguiente.
Los tres niños y el genio aterrizaron en un prado donde ya era de noche. Allí el genio les dijo la adivinanza.
Sé de una sábana
que no se puede encargar
tiene mil manchitas
que no se pueden contar.
Pasaron cinco minutos y por más que pensaban no encontraban la solución. Pero entonces Susan se acordó de los días que iba con sus padres de acampada y que, por la noche, se tumbaban en el campo a ver las estrellas.
-¡Ya lo sé-dijo entonces!-La gran sábana es el cielo y las manchitas son las estrellas.
-Muy bien Susan. Bueno, sólo os queda una adivinanza, pero vamos al portal de luz, así si la acertáis, podréis iros a casa.
Al llegar al portal de luz el genio les dijo:
-Y, ahí va la última adivinanza.
Tengo hojas sin ser árbol
te hablo y no tengo voz
si me abren no me quejo
adivina tú quien soy.
-¡El libro!-gritaron los tres niños a la vez.
-Bien, habéis acertado las cuatro adivinanzas, podéis volver a casa. ¡Adiós!
-¡Adiós!
Momentos después Susan se despierta por los gritos de su madre.
-Pero Su, ¿Aún no estás en la cama?
¿Habría sido todo un sueño? Pero Susan tenía una de aquellas maravillosas flores y Fran y William dos pequeños luceros…