Irene amaba a Raúl desde que lo vio el primer día en la universidad. Los dos estudiaban la misma carrera, psicología. Ella no lo perdía de vista, deseaba que llegase cada mañana para, quizás, recibir una mirada por su parte. Él parecía ignorarla, pero lo que hacía era seguir el consejo de sus amigos de no hacerle caso para que ella sintiera más interés. Hizo lo mismo durante un mes y medio y parecía funcionar, pues Irene estaba cada vez más enamorada.
Se acercaba el día del cumpleaños de Irene. Ella invitó a Raúl a su casa, pero él le dijo que no tenía tiempo. En realidad, le estaba organizando una fiesta sorpresa a la que invitaría a todos sus amigos. Pensó que sería la ocasión perfecta para decirle que la quería. Todos llevaron bebidas y comida y con todas esas cosas se presentaron en casa de Irene. Tras llamar muchas veces a la puerta sin respuesta alguna, decidieron marcharse a festejarlo por ahí; todos menos Raúl quien, tras forzar la puerta, creyó que le daría una sorpresa, esperándola dentro.
Entró e inspeccionó la casa, pero cuando llegó a la habitación se quedó sin respiración. Irene estaba tirada en su cama, muerta. Sobre su mesilla había un bote de pastillas vacío y junto a él una nota que decía: “Raúl, amarte sin ser correspondida me ha llevado a la muerte”.
Irene estudiaba para ayudar a los demás, pero no pudo ayudarse a sí misma.