Por sus venas corría hierbabuena; por sus pulmones, la perdición; por su hígado, el agua bautismal de cada fiesta y por su corazón, la trayectoria de un perdedor. Semejaba caminar por el mundo a corazón cerrado, sin importarle como iría el mundo más allá de su propio reflejo en el espejo. En su agenda figuraba siempre la palafra fiesta. Se consideraba pescador de sirenas, de esos que sólo se ven en telenovelas, hasta que un día se invirtieron los papeles y el pescador fue pescado por la sirena con aspecto de muñeca.
Sí, era ella, la muñeca de trapo con ojos de botón y pelo de lana. La muñeca que recibía en su corazón pinchazos de alfileres guiados por las manos viles y crueles de repugnantes seres que perdían los papeles. Pensaban que ella no tenía sentimientos, pues se reían de sus defectos.
Este ingrato y vago pescador, a diario, la contemplaba con fervor nada más verla desde el rellano. No era bella, pero tenía algo que hacía que se parase a verla. Tan risueña, tan cohibida...; ¡cómo sufría!
Nuestro amigo aguardaba con ilusión el momento de su declaración. Simplemente, esperaría a tener ciclomotor para poder verla desde su retrovisor y lograr que ella se acercara atónita sin temor.
El alma de ella lloraba aguardando no ser desconsolada mientras él ahorraba trapicheando con la familia Herrera, contrabandistas de primera.
Y cuando al fin logró comprar su ciclomotor, la sirena con aspecto de muñeca ya había abierto sus alas de hada y había empezado a volar como si nada, llegando incluso a encontrar a su príncipe azul de la noche a la mañana. Su príncipe le había abierto los ojos y le había enseñado el mundo que conocemos todos nosotros.
Mientras, el pescador, se rompía el corazón anhelando no haber sido tan jaranero, vividor, vago, trapichero y perdedor.